El hombre perfecto ¿Quién es y de dónde viene?
El cómo SER HOMBRE está preconcebido incluso antes de nuestro propio nacimiento. Llegamos a una sociedad ya estructurada y organizada en todos los sentidos, donde existen normas, leyes, acuerdos y muchas otras cosas que no elegimos, como nuestro nombre, por ejemplo. Estos elementos se nos asignan automáticamente al nacer y varían en función de nuestro sexo.
Dependiendo de la cultura, la zona geográfica y la época, se nos impone un molde que define lo que "debe" ser un hombre. Este molde surge de expectativas sobre el ser y el hacer: cómo actuar, pensar, comportarse y relacionarse.
Este ideal está basado en estereotipos y roles caracterizados por su rigidez y falta de cuestionamiento, lo que los convierte en normas que moldean nuestro ser. Esto genera un choque con el derecho al individualismo, es decir, la imposición de que, siendo diferentes, debamos ser iguales. La justificación final es que este molde nos propone cumplir con el ideal del “hombre perfecto”.
El hombre perfecto es una construcción que busca crear al hombre hegemónico, concepto acuñado por la socióloga R.W. Connell. El hombre hegemónico es aquel que todo lo puede: proveedor, hipersexual, competente, violento, celoso y controlador, el resultado maduro del patriarcado.
Coral Herrera lo describe con precisión: “Los hombres patriarcales están obligados a ser fuertes, duros, los principales proveedores, protectores, y a competir y tener éxito, a ganar todas las batallas, a reprimirse, a mutilar sus emociones, a demostrar constantemente su virilidad. Ser un hombre obediente es agotador, porque la mayor parte de sus energías la dedican a sus luchas de poder, a sus demostraciones de fuerza y virilidad, a su necesidad de imponerse sobre los demás.”
La condena del hombre hegemónico
Como hemos mencionado, el hombre hegemónico es el modelo de perfección que se nos exige alcanzar, pero la paradoja es que estamos condenados a fracasar en ese intento. El hombre hegemónico es el hijo perfecto del patriarcado, el bien portado y leal, pero también es el esclavo de este sistema, luchando por escalar en la pirámide para validarse como un hombre valioso.
Las características de este hombre implican que debe someter a otros hombres y a las mujeres con quienes se relaciona, mostrarse conocedor, seguro, fuerte, firme y exitoso en varios ámbitos. Sin embargo, cuanto más asciende, más inalcanzable parece la cima de la pirámide. Sólo aquellos que cumplen con todos los requisitos descritos por Coral Herrera logran seguir subiendo.
Es una lucha agotadora y constante para demostrar día a día estas características, y con el tiempo, el esfuerzo por ser el hombre hegemónico repercute en nuestras relaciones interpersonales, en nuestra salud emocional y mental, en el manejo de nuestras emociones y, muchas veces, en la violencia.
El camino de las masculinidades saludables
La alternativa es declararse traidor del patriarcado, ese ente intangible que siempre nos observa y vive a través de sus hijos. Declararse traidor del patriarcado implica ser señalado y rechazado. Por ello, parte del proceso es lidiar con el miedo a ese rechazo. Los traidores del patriarcado no son seres excepcionales, son simplemente hombres que han decidido no adaptarse a ese molde impuesto.
El camino de las masculinidades saludables, o flexibles, como invita a llamarlas el autor de este texto, implica la creación de moldes diferentes, personalizados y diversos. Se trata de cuestionar el molde hegemónico y construir nuevas formas de ser hombre, un ser que se relaciona de manera distinta con otros hombres y con las mujeres, que asume la responsabilidad de sus actos de violencia y es consciente de su impacto.
Este nuevo ser cava hacia lo más profundo de la pirámide del patriarcado y, aunque no alcanza un objetivo final —similar al hombre hegemónico en ese sentido—, a largo plazo los beneficios son mucho mayores. No existe una masculinidad completamente sana y permanente, pero el proceso de transformación vale el esfuerzo.
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